Charlie Gard es un bebé de diez meses. Nació en Inglaterra
con una rara enfermedad, el Síndrome de
Agotamiento Mitocondrial, que provoca que los músculos, pulmones y otros órganos
se vayan quedando sin energía. Su cura es muy improbable. Solo en Estados
Unidos parece haber un tratamiento experimental que podría funcionar. Al
enterarse los padres no lo dudaron ni un momento se dejaron la piel para
conseguir reunir casi un millón y medio de euros, pero cuando intentaron llevar
a su hijo a EE.UU. para que lo tratasen, el hospital no se lo permitió.
Acudieron a los tribunales y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos también
les ha negado el permiso. De hecho, ha ordenado que Charlie sea desconectado de
la máquina que le permite vivir. Es decir, lo han condenado a muerte.
Chris y Connie, los padres están destrozados, como no podría
ser de otra manera. Ahora solo piden llevárselo a casa para cuidarlo hasta que
su tierna mirada se apague. Quieren que duerma en la habitación que ellos
mismos decoraron para él, en la cuna que le compraron y que él nunca ha
utilizado. Tampoco se lo permiten los médicos.
La esperanza, esa virtud tan preciada que fue lo único que
Pandora conservó en su caja, ha sido vencida por médicos y jueces. La fría ley
está matando a este niño y no hay ninguna manifestación, acto, repulsa…nada.
Sólo silencio. Es cierto que toda vida debe ser respetada y cuidada hasta su
fin natural, pero ¿desde cuándo dejar morir de hambre y sed es eso?
Además hay un precedente. A un niño italiano con la misma
enfermedad, Emanuele Campostrini, le dieron unos meses de vida y ahora ya tiene
9 años. ¿Por qué no se le da una oportunidad a la posibilidad, a la esperanza,
al milagro? En una Europa como la que vivimos tan avanzada y pagada de sí misma
se debería reflexionar si verdaderamente estamos haciendo las cosas bien, si
realmente seguimos teniendo compasión o no nos importa en absoluto la vida
humana.