jueves, 3 de septiembre de 2015

El niño de la playa

Hoy una foto ha dado la vuelta al mundo. El cuerpo de un niño sirio, Aylan Kurdi, de tres años, varado en la arena después de que la embarcación en la que iba con sus padres y su hermano de 5 años se hundiese en el viaje de Turquía a Grecia. Su familia huía de Kobane, una ciudad asediada por la guerra. Querían ir a Canadá donde tenían familiares pero no les dejaron, así que optaron por intentar llegar a Europa. No lo consiguieron. Él, su hermano y su madre se ahogaron. A su padre lo encontraron en medio del mar semiinconsciente. Esta es la historia de Aylan Kurdi, pero también es la historia de miles de refugiados. Lo único particular es que su cuerpecito fue hallado en una playa y hubo alguien que pudo y decidió fotografiarlo.

A mí me ha costado mirar esta fotografía. No puedo dejar de pensar en su inocencia, en su desvalimiento, en que cuando empezó su viaje seguramente su madre le abrazó y le dijo que no se preocupara que ella le cuidaría, quizá, como al niño de La vida es bella, que esto era una aventura. Esta imagen está llamada a conmocionar al mundo entero porque ese niño no “se ha muerto” sino que lo hemos matado. Se pueden buscar muchos culpables: los EE.UU. por incitar el inicio de esta guerra, el Estado Islámico por el asedio al que somete Kobane, Turquía por no saber acoger mejor a los refugiados, Occidente por no proporcionarles la manera segura de viajar, Canadá por denegar el asilo y muchos más, aunque, siguiendo el viejo proverbio, para encontrar a un culpable solo tenemos que mirarnos al espejo. ¿Por qué nosotros también somos responsables de su muerte? Por nuestra falta de caridad, por nuestra falta de comprensión o por nuestra falta de interés, que cada cual escoja su caso. Somos nosotros, los que formamos la Unión Europea los que debemos solucionar este gran drama y, sin embargo, lo que hacemos es decir bellas palabras y acordar reuniones futuras que no tienen visos de lograr un consenso porque estamos más preocupados de nuestro bienestar que de salvarle la vida al prójimo, renunciando, una vez más, a nuestras raíces cristianas.


Ya es mítica la frase de que “quien salva una vida, salva al mundo entero”. Europa ha perdido la oportunidad de salvar al mundo con la muerte de Aylan. Ojalá actue pronto y esta vez salve el mundo tantas veces como personas lo necesiten.