martes, 23 de abril de 2024

Muhammad Ahmad, el Paul Atreides del siglo XIX (III)

Hace unas semanas escribí una reflexión sobre el paralelismo entre Paul Atreides, personaje de la novela Dune tan en boga últimamente, y Muhammad Ahmad, un líder musulmán que encabezó una revuelta en Sudán contra el dominio colonialista anglo-egipcio. Después escribí otro artículo para explicar la historia de Muhammad y de su rebelión. Sin embargo, la explicación se alargaba un tanto así que decidí partirla en dos. Aquí tenemos la segunda parte.


Habíamos dejado la historia de Muhammad en un momento de éxito total. En la batalla de Shaykan sus fuerzas habían aniquilado al ejército egipcio dirigido por Hicks Pachá. Las tribus que no se habían unido aún a él, pensando que estaba destinado al fracaso, finalmente abrazaron con entusiasmo su causa. En su ejército se encontraban taaishas, rizeigats, habbaniyas y beni halba de Darfur, jaaliníes del norte de Jartum, feroces jinetes donaglas y muchas etnias más, pero el gran éxito para Muhammad fue atraerse a Osma Digna, el líder de las aguerridas tribus hadendowas, establecidas entre el mar Rojo y el Nilo. Parecía que todo Sudán estaba en pie de guerra.


El gobierno de El Cairo se veía desbordado y consideraba que el territorio sudanés tendría que ser abandonado. Los británicos, cuyo poderío militar era la única cosa que podía rescatarles, no querían meterse en otra aventura imperial (al menos de momento). ¿Cómo solucionar el entuerto? La solución que acordaron ambos gobierno fue enviar a otro oficial inglés para supervisar la retirada. El gobierno de Su Majestad Británica salvaba la cara y los egipcios sentían que el Imperio Británico no abandonaría a uno de los suyos en caso de problemas. ¿Quién era este oficial? ¿Quién iba a solucionar el problema? Nada más y nada menos que el general Charles George Gordon, conocido como «Gordon el Chino». Este general era cristiano, aunque no le tenía especial apego a ninguna de las iglesias establecidas. Tenía alergia a las reuniones sociales y a la ropa formal, de hecho, era bastante descuidado en lo tocante a su ropa y su aspecto. Era testarudo y enérgico, poseyendo una confianza ilimitada en su propio juicio y una gran impetuosidad. Entre 1863 y 1864 había ayudado a sofocar la rebelión Taiping contra la China Qing (de ahí su apodo), con un comportamiento valiente, ingenioso y honorable. Era toda una personalidad de la época. 

Gordon también había sido gobernador general del Sudán de 1877 a 1880. Durante su mandato había sido un firme opositor a la esclavitud, lo que le había granjeado un respeto considerable entre algunos sectores del pueblo sudanés (aunque, desde luego, los antiguos esclavistas le tenían bastante inquina), por lo que su elección resultaba lógica y aceptable para todos. En un principio las órdenes que tenía Gordon era supervisar la retirada de todas las guarniciones egipcias de Sudán. Nada se podía hacer para detener a los mahdistas, tan solo intentar controlar los daños. Sin embargo, el general tenía mucho cariño por la región. En el pasado había trabajado para mejorar la vida de los sudaneses y realmente se sentía responsable de lo que aconteciera en el territorio. Antes de llegar a Sudán ya había trazado planes para llevar a cabo la retirada. No obstante, cuando llegó a Jartum, la capital, y decidió desobedecer las órdenes. Gordon creía que montando un gobierno alternativo al del Mahdi con un sudanés a la cabeza se podría resolver la situación. Además, confiaba en que si la situación empeoraba el gobierno británico vendría a salvarle a él, a los 7.000 hombres de la guarnición y a las cerca de 30.000 personas que poblaban la capital.


El primer paso de Gordon fue intentar solucionar la crisis de forma diplomática y le envió a Muhammad un fez y un vestido rojo junto con la oferta de ser gobernador de Kordofán a cambio de terminar su rebelión. Según cuentan, el Mahdi se rió de la oferta y le envió una carta exigiendo a Gordon que se convirtiera al Islam, además advirtiéndole: «¡Soy el Mahdi esperado y no me someteré! ¡Soy el sucesor del Profeta de Dios y no tengo necesidad de ser nombrado sultán de Kordofán ni de ningún otro lugar!». La confrontación entre los dos era inevitable. Gordon decidió que salvaría a la población de la capital no retirándose hacia Egipto sino resistiendo en la ciudad.


El gobierno británico pronto comprendió el paso en falso que había dado. Enviar a Gordon había sido una solución de compromiso para con los egipcios. «Os enviamos a uno de nuestros más célebres militares, pero a cambio no intervendremos». Ahora, con el general negándose a retirarse, la opinión pública de las islas puso el grito en el cielo, reclamando que se organizase una expedición de socorro para salvar Jartum. Las peticiones de Gordon y de la prensa caían en saco roto. El primer ministro Gladstone no deseaba intervenir en una guerra colonial, pues consideraba que el tamaño del Imperio Británico debía reducirse, no aumentarse. De hecho, en una intervención en el parlamento declaró que «enviar tropas supondría iniciar una guerra de conquista contra un pueblo que lucha por su libertad».


Un par de meses después de que llegara el general a Jartum, en abril de 1884, las tropas mahdistas rodearon por completo la ciudad. Aislado y sin posibilidad de retirada, Gordon se dedicó a fortalecer sus defensas. Se deleitaba improvisando defensas heterodoxas y creó minas con proyectiles de artillería y cajas de galletas, alambradas con botellas rotas y otras muchas ingeniosidades. Jartum estaba protegida al norte por el Nilo Azul y al oeste por el Nilo Blanco, Gordon protegió las partes que restaban con un ancho foso, creando de esta forma una isla artificial. Así el Nilo se convirtió en su mejor defensa. Mientras no llegara la estación seca el enemigo lo tendría muy difícil para asaltar la ciudad. Por su parte, el Mahdi sabía que se hallaba en una situación delicada. Si fallaba ahora todas las tribus le volverían la espalda. En cambio si capturaba la capital, su posición estaría definitivamente asentada. Había estudiado a conciencia el Corán y conocía como el Islam primigenio había unido a las tribus árabes y había creado con ellas un vasto imperio. Su intención era emular a Mahoma y extender su dominio por todo el globo. Para eso Jartum tenía que caer. 


Con el paso del tiempo la presión se volvió insostenible para el gobierno británico. La imaginación de los londinenses había sido capturada por las aventuras del excéntrico general y su heroica resistencia. Incluso la reina Victoria expresó su insatisfacción por la postura de Gladstone. Por ello, en agosto se decidió enviar una expedición que socorriese Jartum. En principio la guarnición tenía suministros para cinco o seis meses, es decir que podría aguantar hasta septiembre u octubre. Pero los meses fueron pasando y no se tenían noticias de Inglaterra. Poco a poco se iban agotando las provisiones y las esperanzas de los sitiados. No fue sino hasta finales de diciembre cuando, por fin, la expedición se puso en marcha. Ya habían pasado casi diez meses desde el comienzo del cerco y el Nilo empezaba a perder su nivel. La situación en Jartum era extremadamente angustiosa.


Conocido por Muhammad el avance de la expedición decidió retrasarla lo máximo posible y apretar el cerco. El 17 de enero de 1885 la columna británica se vio bruscamente detenida por una gran fuerza de mahdistas en Abu Klea a unos 170 kilómetros de Jartum. Dos días más tarde en Abu Kru, los británicos libraron una agotadora batalla para ganar la orilla del Nilo y no morir de sed. Fue lo más lejos que llegaron las fuerzas terrestres. El 28, por fin, unos pocos barcos de vapor lograron acercarse a la ciudad, pero ya era tarde. La ciudad había caído solo dos días antes. Después de largos meses de espera, ganando posiciones semana tras semana, las tropas mahdistas habían lanzado su asalto final el 26 de enero poco después de la medianoche. Aprovechando el bajo nivel del río flanquearon las defensas de Gordon en algunos sitios mientras lanzaban un gran ataque a una de las puertas de las murallas. La guarnición debilitada por el hambre y por una moral muy baja no ofreció una gran resistencia. Para la mañana de ese mismo día todos los soldados y civiles de la ciudad habían muerto y las mujeres y los niños habían sido esclavizados. Cuentan los relatos románticos que Gordon, viendo todo perdido, salió al encuentro de sus enemigos armado únicamente con su bastón de mando, como había hecho tantas veces en China. En lo alto de las escaleras del palacio del gobernador fue asesinado y decapitado. Su cabeza se llevó a Muhammad para que celebrara la victoria.

De esta manera el Mahdi se había convertido en dueño y señor del Sudán. Su sueño de un imperio musulmán estaba comenzando a cobrar forma. Pronto echaría a los ingleses de las pocas plazas que controlaban y quizá bajaría por el Nilo buscando nuevas conquistas en tierras egipcias. No obstante, su sueño se truncó unos meses más tarde. Muhammad Ahmad se haya en la cúspide de su poder y gloria cuando unas fiebres le asaltaron, llevándole a la tumba en junio de 1885, tan solo cuatro años después de iniciar su rebelión. Su sueño de un Sudán libre de los colonialistas se vio cumplido. El de crear un imperio fundamentalista que abarcara todo el orbe no.


martes, 16 de abril de 2024

Muhammad Ahmad, el Paul Atreides del siglo XIX (II)

Como decía en una entrada anterior parece que se puede trazar un gran paralelismo entre la vida de Muhammad Ahmad y la del personaje Paul Atreides de la novela Dune. Ambos surgen del desierto,  ambos se titulan «Mahdi» y ambos declaran una yihad para librarse de los opresores colonialistas. Sin embargo, no vimos que pasó con la rebelión de Muhammad. ¿Se libró de los egipcios y británicos como Paul Atreides se libró de los Harkonnen? Ahora lo veremos.



En Dune el heredero de la casa Atreides inicia una gran rebelión con las gentes que viven en el desierto, los fremen, dándole, además, un carácter de yihad, de guerra santa. Este conflicto rebasa las fronteras del arenoso planeta de Arrakis para abarcar a todo el Universo Conocido y catapulta al joven líder a la posición de Emperador Padishah. Las hordas fremen son imparables e imponen su fe a sangre y fuego. Siguiendo con el paralelismo histórico algo similar le acontece a Muhammad Ahmad.


El alzamiento de Muhammad empezó en 1881 cuando se proclamó «Mahdi» en la isla de Aba, en medio del Nilo, y encabezó a sus seguidores en abierta rebelión contra de los egipcios. Enseguida el gobernador egipcio de Sudán envió un destacamento para arrestarlo formado por dos compañías de unos cien soldados cada una. Tenían fusiles modernos y una ametralladora y los seguidores de Muhammad eran unos trescientos campesinos sin armas de fuego. El arresto debería haber sido un paseo militar. Sin embargo, sorprendentemente, los malarmados seguidores del Mahdi lograron emboscar y derrotar por completo a la tropa. Sin duda, debió de parecer un milagro. 



Era un comienzo prometedor para la rebelión, pero Muhammad sabía que permanecer en la isla de Aba era un peligro. El Nilo es como una autopista en el Sudán, pues los barcos pueden transportar rápidamente hombres y materiales de Norte a Sur con más rapidez que las caravanas terrestres. Teniendo esto en cuenta, Muhammad tomó la decisión de encaminarse hacia la región de Kordofán, hacia el Oeste, hacia el desierto, donde contaba con una gran ascendencia sobre las tribus de la zona. Fue una sabia decisión. Un mes después una fuerza de castigo de unos mil hombres llegó a la isla e intentó capturarlo en vano. Ya había huido. Los egipcios enviaron sucesivas expediciones para cortar de raíz la rebelión, pero todo ese esfuerzo cayó en saco roto. Los hombres de Muhammad atraían a las tropas hacia el interior del desierto y allí, en un terreno que no conocían, eran aniquiladas. Además, sus armas pasaban a manos de sus enemigos. Cada victoria hacía crecer su leyenda y su ejército, pues más y más tribus se iban uniendo a esta figura que realmente parecía invencible.


Dos años más tarde, Muhammad se propuso un objetivo más ambicioso: la ciudad de El Obeid, capital de Kordofán. Juntando a varias decenas de miles de sudaneses, el Mahdi capturó la ciudad. Los oficiales de la guarnición fueron ejecutados. Los soldados, obligados a unirse a la rebelión. Ante este descalabro, los egipcios pusieron como jefe del ejército colonial en Sudán al coronel William Hicks, un curtido oficial inglés que había combatido tanto en la India como en Etiopía. Quizá un militar europeo podría imponerse donde todo lo demás había fallado. Al principio todo parecía ir bien para Hicks Pachá (como lo llamaban los egipcios). Atacado por un numeroso grupo de caballería mahdista, derrotó a sus oponentes sufriendo solo siete bajas e infringiendo unas 500 al enemigo. Esta victoria reconfortó mucho al gobierno de El Cairo, tanto que despachó nuevas órdenes a Hicks Pachá para que reconquistase Kordofán. El inglés, pese a algunas reticencias, emprendió el camino hacia El Obeid. Durante más de dos meses, la expedición luchó contra el calor, la sed y el hostigamiento de pequeñas partidas rebeldes. Pese a todo Hicks continuó adelante, ciego a la trampa que se disponía a sus pies. La guerrilla mahdista condujo a la columna egipcia hacia una zona de densos y espinosos matorrales llamada Shaykan. Allí los sudaneses, protegidos por la espesura, rodearon y atacaron a los egipcios. Las tropas egipcias formaron en cuadro, pero, acosadas por los cuatro flancos y con muy poca experiencia de combate, rompieron las formaciones después de un intenso combate. Se cuenta que Hicks y sus oficiales montaron una última resistencia de espaldas a un baobab gigante. El coronel fue uno de los últimos en caer defendiéndose a golpe de espalda y cuando ya había agotado todas sus balas. La mayor parte del ejército fue aniquilado. 

La yihad ya era imparable.

martes, 9 de abril de 2024

Muhammad Ahmad, el Paul Atreides del siglo XIX

Hoy por hoy la celebérrima obra de Frank Herbert, Dune, está en boca de mucha gente. La adaptación cinematográfica que ha llevado a cabo Denis Villeneuve ha captado la atención de todos, bien para alabarla, bien para poner el acento en sus carencias. Pese a los reparos todos coinciden en lo interesante de la propuesta de Villeneuve y en la originalidad de la historia de Herbert. No obstante, pocos han establecido la comparación entre la historia del joven Paul Atreides y la de Muhammad Ahmad, un hombre que puso en jaque al Imperio Británico durante algunos años, proclamando una yihad que, en sus pretensiones, quería ser mundial.


Pero, ¿quién este Muhammad Ahmad? ¿Seguro que tiene algo que ver con Dune? ¿Por qué me tendría que interesar este tipo? ¿No te estarás confundiendo? ¿Acaso no se pueden establecer más paralelismos con la vida del profeta Mahoma? Para empezar a abordar estas cuestiones hay que dejar clara una cosa, la obra de Frank Herbert es independiente, original, y, pese a que se perciben en ella muchas influencias, él (y posteriormente su hijo Brian y su colaborador Kevin J. Anderson) ha creado un trasfondo propio al igual que George R.R. Martin ha hecho con su Canción de Hielo y Fuego y la Guerra de las Dos Rosas. Teniendo esto en cuenta, tengo que admitir que no conozco tanto la obra de Herbert como para encontrar e identificar todos y cada uno de los elementos que recogió de la realidad, sin embargo la relación entre los hechos protagonizados por Paul Atreides y aquellos protagonizados por Muhammad Ahmad saltan a la vista.


Para empezar desenredemos brevemente la vida de Paul. Un chico de noble cuna y muy bien educado que es empujado al desierto por sus enemigos. Allí traba amistad con las tribus que lo habitan, las cuales esperan un mesías que los libere de la opresión de los Harkonnen, unos extranjeros que han colonizado el planeta. Después de un tiempo estas tribus (cuya religión, por cierto, es una hibridación entre el budismo zen y el islam suní llamada zensunni) al ver ciertas señales y portentos deciden reconocer a Paul como su «Mahdi», su mesías (en la película de Villeneuve el termino aparece poco y en su lugar se usa más «Lisan al Gaib»). Después de esto Paul inicia una guerra santa (en el libro se usa más el término «yihad», no sé, puede que estos cambios hayan sido para no ofender sensibilidades) no solo contra los malvados Harkonnen, sino también contra el resto del Universo Conocido. Es cierto que en este resumen he soslayado muchos detalles y me he centrado más en la historia que se narra en Dune II, pero a grandes rasgos esta es la historia de Paul.


Pues la historia de Muhammad Ahmad es la misma. Más o menos. Este señor nació en Sudán en 1843.  Aunque su familia no era especialmente rica, decía poder trazar su ascendencia hasta el mismo Mahoma. Sus parientes se dedicaron a la construcción de barcos, pero el joven Muhammad decidió dedicarse por entero al estudio del Islam, siendo reconocido por muchos como un modelo de piedad y ascetismo. Poco a poco su reputación creció, dedicándose a predicar una reforma del Islam, un retorno a las virtudes originales.


Pero, ¿cómo era Sudán en esa época? Desde 1821 esta tierra estaba dominada por el Jedivato de Egipto, un estado semiautónomo. En principio, era un territorio perteneciente al Imperio Otomano. En la práctica, los gobernantes de Egipto hacían lo que querían siempre y cuando los británicos estuvieran de acuerdo. Sudán, pues, era una colonia de los egipcios, que a su vez eran un protectorado de los británicos. Era, además, una tierra vasta e inhóspita, enclavada en medio de la parte suroriental del Sahara (con mucha, mucha arena como Dune). Las dos únicas fuentes de riqueza eran la agricultura que permitía la ribera del Nilo y el tráfico de esclavos. Y estos dos pilares económicos fueron socavados por el dominio egipcio. La agricultura fue favorecida por los adelantos occidentales, pero los impuestos frecuentemente ahogaban a los pequeños agricultores, causando el sempiterno resquemor que causa tributar. Por su parte, el tráfico de esclavos, tras una gran presión por parte de las potencias occidentales, fue suprimido de raíz. Ambas causas alimentaron un creciente descontento entre los sudaneses (menos en los esclavos liberados, ellos, supongo, estarían bastante agradecidos). Y, en este momento, volvemos a Muhammad. Aprovechando este clima y contando con la fuerza que le prestaban sus numerosos seguidores, en 1881 este descendiente de Mahoma proclamó ser el nuevo «Mahdi», que restauraría el Islam a su forma original y liberaría a Sudán de los odiosos egipcios y de sus amos británicos. Además, su misión divina, su yihad, no paraba en Sudán, sino que abarcaba todo el orbe. Quien no se uniera a él y a los suyos sería asesinado.


Sin duda, el paralelismo con Paul Atreides salta a la vista y, sin embargo, pocos conocen a esta figura, a este hombre que desde uno de los sitios más remotos de la Tierra inició una guerra santa y supuso un verdadero quebradero de cabeza al Imperio Británico. ¿Por qué pasa esto? Yo no tengo la respuesta. Quizá es que los conflictos coloniales del siglo XIX no nos interesan. Ya sabemos que los europeos fueron unos abusones y los africanos y asiáticos unas pobres víctimas y con este maniqueísmo burdo e ignorante nos vamos a la cama, felices de que esos tiempos hayan pasado.


Sin embargo, ¿realmente han pasado esos tiempos? ¿Ya no hay colonialismo? ¿Realmente había buenos y malos claramente definidos?  Y lo que algunos se estarán preguntando, ¿qué pasó con Muhammad Ahmad y su yihad? A todas estas preguntas o al menos a alguna de ellas intentaré dar respuesta próximamente. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

Los pequeños detalles


Los detalles. Dios está en los detalles. Esta frase, atribuida a Flaubert, se hizo más conocida con el arquitecto Mies van der Rohe. Con ella se quiere expresar que las pequeñas cosas también son importantes; que quizá se puedan conseguir algunos logros sin ellas, pero que no serán realmente grandes si descuidamos lo pequeño.


Hace poco volví a ver La gran evasión (1963), esa gran película protagonizada por Steve McQueen, James Garner, Richard Attenborough, Charles Bronson y una miríada más de grandes actores. La trama se centra en un grupo de prisioneros de las fuerzas aéreas aliadas que, durante la Segunda Guerra Mundial, quieren escapar para causar problemas al enemigo y, quizás y con suerte, volver al hogar. El americano chanchullero, el tunelador polaco, el falsificador, el sastre... a lo largo del filme nos vamos encariñando con los personajes, riéndonos de sus gracias, disfrutando sus triunfos y sufriendo sus desventuras. 

Pero no sólo están ellos en el campo. Los guardianes del campo son soldados alemanes de la Luftwaffe (el arma áerea alemana), que en vez de volar con sus camaradas, se ven obligados a permanecer en tierra cumpliendo otras labores. Son pocos los alemanes que aparecen esbozados en la película. Tan solo el jefe del campo, el coronel von Luger, y un guardián, Werner. Es curioso cómo se nos presenta a estos dos personajes. Werner es un tipo normal, que en su juventud fue boy scout hasta que los nazis los prohibieron. Está preocupado por sus dientes, lo que le da cierto toque cómico, y lo único que quiere es dejar el ejército en cuanto acabe la guerra. El pobre es víctima de su propia candidez cuando el americano le roba la cartera. El coronel von Luger, por su parte, es un personaje más complejo. Hay que leer entre líneas para comprenderle. 

En primer lugar, se debe analizar cómo viste. Lleva el uniforme que le corresponde a su cargo, claramente reconocible por el color, las insignias del cuello y las hombreras. Además luce una condecoración muy significativa, la cruz Pour le Mérite, que lleva colgada al cuello. Esta distinción la creó Federico el Grande (1712-1786) como máxima condecoración para premiar un logro extraordinario en combate. Durante la Primera Guerra Mundial muchos de los ases de la aviación alemana fueron premiados con este mérito como Rudolf Berthold, Manfred von Richthofen (el célebre Barón Rojo), Werner Voss o Eduard von Schleich (el Caballero Negro). Tras la guerra, con la caída de la monarquía en Alemania, la condecoración fue abolida aunque se permitió su uso. Así pues, de todo esto se puede decir que von Luger fue un as de la aviación en la guerra anterior, un gran piloto.

Tras esto hay que fijarse en sus acciones. Él es un orgulloso oficial del Estado Mayor. Está decidido a llevar a cabo la tarea que le han encomendado. Quiere que acaben las fugas, aunque comprende el punto de vista de los prisioneros y su deber de intentar escapar. No les niega los privilegios usuales pese a que sabe que los pueden usar en su contra. Parece desencantado con el nazismo y sus métodos, como demuestra su tardanza y desgana al alzar la mano y saludar con el "Heil Hitler" a los oficiales de las SS y de la Gestapo. Al principio, cuando habla con el principal oficial de los prisioneros expresa su deseo de esperar sin sobresaltos a que la guerra termine, quizá dándola ya por perdida. Al final de la película se ve obligado a darle la noticia al jefe de los prisioneros de que la mayoría de los fugados han sido asesinados por la Gestapo. No puede mirarle a los ojos. Se frota las manos mientras agacha la cabeza. Está avergonzado. No comparte esos métodos brutales y tampoco ha podido impedirlos. Por último, se despide Hilts, el prisionero más persistente y burlón, con benevolencia diciéndole que verá Berlín antes que él, pues sabe que por su fracaso seguramente será ejecutado por las SS.

Uno no puede evitar sentir cierta lástima por Werner y, sobre todo, por el coronel von Luger. Son los adversarios, pero no "los malos". Al igual que muchos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial no eran nazis, aunque el estado sí lo fuera. Este es uno de los detalles que contribuyen a hacer grande a esta película. 

domingo, 29 de octubre de 2017

Una novela de la Revolución Rusa

Puesto que en todas partes se habla del centenario de la Revolución de Octubre, yo por mi parte quiero recomendar una novela: "El maestro Juan Martínez que estaba allí". Se publicó en 1934, no obstante, Asteroide, cómo lleva haciendo desde hace algún tiempo, ha recuperado del olvido esta novela. El autor fue el gran Manuel Chaves Nogales, un periodista y escritor sevillano que supo brillar notablemente en su época tanto en sus artículos periodísticos como en sus trabajos literarios.
Centrándome en la novela... ¿quién era Juan Martínez?, ¿de qué era maestro? y, por último, ¿dónde estaba? Todas esas respuestas se hallan evidentemente entre las páginas de la novela, pero por si alguien necesita un empujoncito para empezar a leer aquí va alguna que otra respuesta. Juan Martínez era un burgalés; de profesión: bailaor flamenco. El decir dónde estaba resulta más complicado que decir el cuándo. Él estaba en Europa cuando estalló la Primera Guerra Mundial y mientras estaba recorriendo el continente, siempre huyendo de la guerra, estalló la Revolución, justo cuando llegó a Rusia.
Este personaje, tan extraordinario que parece provenir exclusivamente de la mente del autor, fue real y las peripecias, los apuros y aventuras que soportó también lo fueron. Por está razón, la obra aúna el valor testimonial de alguien que vivió en sus carnes la Revolución y el valor literario que caracteriza la obra de Chaves Nogales que con su fina narrativa teje un gran relato, haciéndose un hueco entre los grandes maestros de contar historias.
No puedo añadir más, salvo un dato personal. Esta novela la leí por recomendación de unos amigos. Creo que nunca se lo he agradecido lo suficiente.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Contagiar la ilusión


Los rifirrafes que están sucediéndose desde hace un tiempo entre la Generalitat y el gobierno central están avocando a los catalanes, y por extensión a los demás españoles, a un abismo de odio y recelos del que no sabemos si podremos salir. El problema es muy grave y los que luchan contra el independentismo lo están haciendo de pena. Sus argumentos apelan a la razón: si os vais os quedareis muertos del asco, sin liga, sin Unión Europea, etc. Eso es un sinsentido. ¿Acaso se creen que unos luchadores por la libertad (como ellos se creen que son) van a rebajarse, van a venderse por esas miserias? Vamos, por favor, un poquito de dignidad. Si yo fuera independentista me burlaría de estos viles intentos de chantaje materialista.

No. La verdadera batalla en este conflicto está en los sentimientos, en el corazón, en el alma. No se trata de si los catalanes ganarán más si dejan de ser españoles o de si las empresas multinacionales se están yendo de Barcelona. No. Los independentistas creen que su causa es buena y justa, y no sé usted estimado lector, pero yo cuando me implico en una causa me da igual perder tiempo, dinero u horas de sueño. Esto es lo que sienten los independentistas y es algo que hay que respetar. La respuesta no son las burlas, los insultos o la violencia porque estas cosas sólo les dan más razones para querer irse


Así pues, este es el terreno en que debemos movernos aquellos que creemos que el separatismo es un error, que somos mejores juntos que separados. Debemos luchar con ganas, con corazón. Debemos hablar con ellos, contagiarles la ilusión que produce ser parte de un gran proyecto, ser parte de España. Ahora bien, habrá algunos que dirán: - “Bueno, bueno, eso es muy bonito, pero aquí quien la está pifiando es la Moncloa, ¿a mí qué me cuentas?”. Pues, te cuento otro par de cosas más. En primer lugar, que  tenemos los políticos que nos merecemos, porque es mucho más fácil y cómodo criticar desde la barrera sin implicarse en nada. En segundo lugar, que este problema nos afecta a todos y, por poco que sea, algo podremos hacer en nuestro día a día para que nuestros hermanos catalanes sientan que son bienvenidos en cualquier parte de España.

sábado, 1 de julio de 2017

La vida de Charlie Gard

Charlie Gard es un bebé de diez meses. Nació en Inglaterra con una rara enfermedad,  el Síndrome de Agotamiento Mitocondrial, que provoca que los músculos, pulmones y otros órganos se vayan quedando sin energía. Su cura es muy improbable. Solo en Estados Unidos parece haber un tratamiento experimental que podría funcionar. Al enterarse los padres no lo dudaron ni un momento se dejaron la piel para conseguir reunir casi un millón y medio de euros, pero cuando intentaron llevar a su hijo a EE.UU. para que lo tratasen, el hospital no se lo permitió. Acudieron a los tribunales y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos también les ha negado el permiso. De hecho, ha ordenado que Charlie sea desconectado de la máquina que le permite vivir. Es decir, lo han condenado a muerte.

Chris y Connie, los padres están destrozados, como no podría ser de otra manera. Ahora solo piden llevárselo a casa para cuidarlo hasta que su tierna mirada se apague. Quieren que duerma en la habitación que ellos mismos decoraron para él, en la cuna que le compraron y que él nunca ha utilizado. Tampoco se lo permiten los médicos.

La esperanza, esa virtud tan preciada que fue lo único que Pandora conservó en su caja, ha sido vencida por médicos y jueces. La fría ley está matando a este niño y no hay ninguna manifestación, acto, repulsa…nada. Sólo silencio. Es cierto que toda vida debe ser respetada y cuidada hasta su fin natural, pero ¿desde cuándo dejar morir de hambre y sed es eso?


Además hay un precedente. A un niño italiano con la misma enfermedad, Emanuele Campostrini, le dieron unos meses de vida y ahora ya tiene 9 años. ¿Por qué no se le da una oportunidad a la posibilidad, a la esperanza, al milagro? En una Europa como la que vivimos tan avanzada y pagada de sí misma se debería reflexionar si verdaderamente estamos haciendo las cosas bien, si realmente seguimos teniendo compasión o no nos importa en absoluto la vida humana.