jueves, 1 de noviembre de 2018

Los pequeños detalles


Los detalles. Dios está en los detalles. Esta frase, atribuida a Flaubert, se hizo más conocida con el arquitecto Mies van der Rohe. Con ella se quiere expresar que las pequeñas cosas también son importantes; que quizá se puedan conseguir algunos logros sin ellas, pero que no serán realmente grandes si descuidamos lo pequeño.


Hace poco volví a ver La gran evasión (1963), esa gran película protagonizada por Steve McQueen, James Garner, Richard Attenborough, Charles Bronson y una miríada más de grandes actores. La trama se centra en un grupo de prisioneros de las fuerzas aéreas aliadas que, durante la Segunda Guerra Mundial, quieren escapar para causar problemas al enemigo y, quizás y con suerte, volver al hogar. El americano chanchullero, el tunelador polaco, el falsificador, el sastre... a lo largo del filme nos vamos encariñando con los personajes, riéndonos de sus gracias, disfrutando sus triunfos y sufriendo sus desventuras. 

Pero no sólo están ellos en el campo. Los guardianes del campo son soldados alemanes de la Luftwaffe (el arma áerea alemana), que en vez de volar con sus camaradas, se ven obligados a permanecer en tierra cumpliendo otras labores. Son pocos los alemanes que aparecen esbozados en la película. Tan solo el jefe del campo, el coronel von Luger, y un guardián, Werner. Es curioso cómo se nos presenta a estos dos personajes. Werner es un tipo normal, que en su juventud fue boy scout hasta que los nazis los prohibieron. Está preocupado por sus dientes, lo que le da cierto toque cómico, y lo único que quiere es dejar el ejército en cuanto acabe la guerra. El pobre es víctima de su propia candidez cuando el americano le roba la cartera. El coronel von Luger, por su parte, es un personaje más complejo. Hay que leer entre líneas para comprenderle. 

En primer lugar, se debe analizar cómo viste. Lleva el uniforme que le corresponde a su cargo, claramente reconocible por el color, las insignias del cuello y las hombreras. Además luce una condecoración muy significativa, la cruz Pour le Mérite, que lleva colgada al cuello. Esta distinción la creó Federico el Grande (1712-1786) como máxima condecoración para premiar un logro extraordinario en combate. Durante la Primera Guerra Mundial muchos de los ases de la aviación alemana fueron premiados con este mérito como Rudolf Berthold, Manfred von Richthofen (el célebre Barón Rojo), Werner Voss o Eduard von Schleich (el Caballero Negro). Tras la guerra, con la caída de la monarquía en Alemania, la condecoración fue abolida aunque se permitió su uso. Así pues, de todo esto se puede decir que von Luger fue un as de la aviación en la guerra anterior, un gran piloto.

Tras esto hay que fijarse en sus acciones. Él es un orgulloso oficial del Estado Mayor. Está decidido a llevar a cabo la tarea que le han encomendado. Quiere que acaben las fugas, aunque comprende el punto de vista de los prisioneros y su deber de intentar escapar. No les niega los privilegios usuales pese a que sabe que los pueden usar en su contra. Parece desencantado con el nazismo y sus métodos, como demuestra su tardanza y desgana al alzar la mano y saludar con el "Heil Hitler" a los oficiales de las SS y de la Gestapo. Al principio, cuando habla con el principal oficial de los prisioneros expresa su deseo de esperar sin sobresaltos a que la guerra termine, quizá dándola ya por perdida. Al final de la película se ve obligado a darle la noticia al jefe de los prisioneros de que la mayoría de los fugados han sido asesinados por la Gestapo. No puede mirarle a los ojos. Se frota las manos mientras agacha la cabeza. Está avergonzado. No comparte esos métodos brutales y tampoco ha podido impedirlos. Por último, se despide Hilts, el prisionero más persistente y burlón, con benevolencia diciéndole que verá Berlín antes que él, pues sabe que por su fracaso seguramente será ejecutado por las SS.

Uno no puede evitar sentir cierta lástima por Werner y, sobre todo, por el coronel von Luger. Son los adversarios, pero no "los malos". Al igual que muchos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial no eran nazis, aunque el estado sí lo fuera. Este es uno de los detalles que contribuyen a hacer grande a esta película. 

domingo, 29 de octubre de 2017

Una novela de la Revolución Rusa

Puesto que en todas partes se habla del centenario de la Revolución de Octubre, yo por mi parte quiero recomendar una novela: "El maestro Juan Martínez que estaba allí". Se publicó en 1934, no obstante, Asteroide, cómo lleva haciendo desde hace algún tiempo, ha recuperado del olvido esta novela. El autor fue el gran Manuel Chaves Nogales, un periodista y escritor sevillano que supo brillar notablemente en su época tanto en sus artículos periodísticos como en sus trabajos literarios.
Centrándome en la novela... ¿quién era Juan Martínez?, ¿de qué era maestro? y, por último, ¿dónde estaba? Todas esas respuestas se hallan evidentemente entre las páginas de la novela, pero por si alguien necesita un empujoncito para empezar a leer aquí va alguna que otra respuesta. Juan Martínez era un burgalés; de profesión: bailaor flamenco. El decir dónde estaba resulta más complicado que decir el cuándo. Él estaba en Europa cuando estalló la Primera Guerra Mundial y mientras estaba recorriendo el continente, siempre huyendo de la guerra, estalló la Revolución, justo cuando llegó a Rusia.
Este personaje, tan extraordinario que parece provenir exclusivamente de la mente del autor, fue real y las peripecias, los apuros y aventuras que soportó también lo fueron. Por está razón, la obra aúna el valor testimonial de alguien que vivió en sus carnes la Revolución y el valor literario que caracteriza la obra de Chaves Nogales que con su fina narrativa teje un gran relato, haciéndose un hueco entre los grandes maestros de contar historias.
No puedo añadir más, salvo un dato personal. Esta novela la leí por recomendación de unos amigos. Creo que nunca se lo he agradecido lo suficiente.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Contagiar la ilusión


Los rifirrafes que están sucediéndose desde hace un tiempo entre la Generalitat y el gobierno central están avocando a los catalanes, y por extensión a los demás españoles, a un abismo de odio y recelos del que no sabemos si podremos salir. El problema es muy grave y los que luchan contra el independentismo lo están haciendo de pena. Sus argumentos apelan a la razón: si os vais os quedareis muertos del asco, sin liga, sin Unión Europea, etc. Eso es un sinsentido. ¿Acaso se creen que unos luchadores por la libertad (como ellos se creen que son) van a rebajarse, van a venderse por esas miserias? Vamos, por favor, un poquito de dignidad. Si yo fuera independentista me burlaría de estos viles intentos de chantaje materialista.

No. La verdadera batalla en este conflicto está en los sentimientos, en el corazón, en el alma. No se trata de si los catalanes ganarán más si dejan de ser españoles o de si las empresas multinacionales se están yendo de Barcelona. No. Los independentistas creen que su causa es buena y justa, y no sé usted estimado lector, pero yo cuando me implico en una causa me da igual perder tiempo, dinero u horas de sueño. Esto es lo que sienten los independentistas y es algo que hay que respetar. La respuesta no son las burlas, los insultos o la violencia porque estas cosas sólo les dan más razones para querer irse


Así pues, este es el terreno en que debemos movernos aquellos que creemos que el separatismo es un error, que somos mejores juntos que separados. Debemos luchar con ganas, con corazón. Debemos hablar con ellos, contagiarles la ilusión que produce ser parte de un gran proyecto, ser parte de España. Ahora bien, habrá algunos que dirán: - “Bueno, bueno, eso es muy bonito, pero aquí quien la está pifiando es la Moncloa, ¿a mí qué me cuentas?”. Pues, te cuento otro par de cosas más. En primer lugar, que  tenemos los políticos que nos merecemos, porque es mucho más fácil y cómodo criticar desde la barrera sin implicarse en nada. En segundo lugar, que este problema nos afecta a todos y, por poco que sea, algo podremos hacer en nuestro día a día para que nuestros hermanos catalanes sientan que son bienvenidos en cualquier parte de España.

sábado, 1 de julio de 2017

La vida de Charlie Gard

Charlie Gard es un bebé de diez meses. Nació en Inglaterra con una rara enfermedad,  el Síndrome de Agotamiento Mitocondrial, que provoca que los músculos, pulmones y otros órganos se vayan quedando sin energía. Su cura es muy improbable. Solo en Estados Unidos parece haber un tratamiento experimental que podría funcionar. Al enterarse los padres no lo dudaron ni un momento se dejaron la piel para conseguir reunir casi un millón y medio de euros, pero cuando intentaron llevar a su hijo a EE.UU. para que lo tratasen, el hospital no se lo permitió. Acudieron a los tribunales y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos también les ha negado el permiso. De hecho, ha ordenado que Charlie sea desconectado de la máquina que le permite vivir. Es decir, lo han condenado a muerte.

Chris y Connie, los padres están destrozados, como no podría ser de otra manera. Ahora solo piden llevárselo a casa para cuidarlo hasta que su tierna mirada se apague. Quieren que duerma en la habitación que ellos mismos decoraron para él, en la cuna que le compraron y que él nunca ha utilizado. Tampoco se lo permiten los médicos.

La esperanza, esa virtud tan preciada que fue lo único que Pandora conservó en su caja, ha sido vencida por médicos y jueces. La fría ley está matando a este niño y no hay ninguna manifestación, acto, repulsa…nada. Sólo silencio. Es cierto que toda vida debe ser respetada y cuidada hasta su fin natural, pero ¿desde cuándo dejar morir de hambre y sed es eso?


Además hay un precedente. A un niño italiano con la misma enfermedad, Emanuele Campostrini, le dieron unos meses de vida y ahora ya tiene 9 años. ¿Por qué no se le da una oportunidad a la posibilidad, a la esperanza, al milagro? En una Europa como la que vivimos tan avanzada y pagada de sí misma se debería reflexionar si verdaderamente estamos haciendo las cosas bien, si realmente seguimos teniendo compasión o no nos importa en absoluto la vida humana.

jueves, 3 de septiembre de 2015

El niño de la playa

Hoy una foto ha dado la vuelta al mundo. El cuerpo de un niño sirio, Aylan Kurdi, de tres años, varado en la arena después de que la embarcación en la que iba con sus padres y su hermano de 5 años se hundiese en el viaje de Turquía a Grecia. Su familia huía de Kobane, una ciudad asediada por la guerra. Querían ir a Canadá donde tenían familiares pero no les dejaron, así que optaron por intentar llegar a Europa. No lo consiguieron. Él, su hermano y su madre se ahogaron. A su padre lo encontraron en medio del mar semiinconsciente. Esta es la historia de Aylan Kurdi, pero también es la historia de miles de refugiados. Lo único particular es que su cuerpecito fue hallado en una playa y hubo alguien que pudo y decidió fotografiarlo.

A mí me ha costado mirar esta fotografía. No puedo dejar de pensar en su inocencia, en su desvalimiento, en que cuando empezó su viaje seguramente su madre le abrazó y le dijo que no se preocupara que ella le cuidaría, quizá, como al niño de La vida es bella, que esto era una aventura. Esta imagen está llamada a conmocionar al mundo entero porque ese niño no “se ha muerto” sino que lo hemos matado. Se pueden buscar muchos culpables: los EE.UU. por incitar el inicio de esta guerra, el Estado Islámico por el asedio al que somete Kobane, Turquía por no saber acoger mejor a los refugiados, Occidente por no proporcionarles la manera segura de viajar, Canadá por denegar el asilo y muchos más, aunque, siguiendo el viejo proverbio, para encontrar a un culpable solo tenemos que mirarnos al espejo. ¿Por qué nosotros también somos responsables de su muerte? Por nuestra falta de caridad, por nuestra falta de comprensión o por nuestra falta de interés, que cada cual escoja su caso. Somos nosotros, los que formamos la Unión Europea los que debemos solucionar este gran drama y, sin embargo, lo que hacemos es decir bellas palabras y acordar reuniones futuras que no tienen visos de lograr un consenso porque estamos más preocupados de nuestro bienestar que de salvarle la vida al prójimo, renunciando, una vez más, a nuestras raíces cristianas.


Ya es mítica la frase de que “quien salva una vida, salva al mundo entero”. Europa ha perdido la oportunidad de salvar al mundo con la muerte de Aylan. Ojalá actue pronto y esta vez salve el mundo tantas veces como personas lo necesiten.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Tres películas para conmemorar la Caída del Muro de Berlín

Ya que entre ayer y hoy se celebra el 25 aniversario de la Caída del Muro de Berlín creo que no está de más proponer unas pocas películas para ponerse en contexto.


En primer lugar una película imprescindible es la famosa comedia de Billy Wilder Uno, dos tres de 1961. El adjetivo que quizá mejor le encaje es el de "trepidante" con un ritmo frenético durante todo el largometraje. En los diálogos, que hilan toda la historia, Wilder consigue llegar al culmen de la comedia con juegos de palabras, chistes políticos y un fino uso de la ironía. Tuvo la mala suerte de que durante el rodaje, que se hacía en Berlín, se levantase el Muro así que tuvieron que trasladarse a Munich para terminar la película. Así pues muestra, en clave de humor, la situación en Berlín justo antes de que se erigiera el Muro.

En segundo lugar está Good Bye, Lenin! del año 2003. Este drama con tintes cómicos esconde cómo vivieron este momento histórico los ciudadanos de la DDR (Deustchen Demokratischen Republik). En este film una mujer en coma despierta después de la Caída del Muro. Ella siempre había defendido el régimen comunista a ultranza por lo que su hijo decide ocultarle la verdad juntándose con un amigo suyo para grabar falsos telediarios en los que reescribe la Historia.


Por último debo incluir en la lista La vida de los otros del 2006. Aquí el clima de opresión de la antigua república comunista se hace patente. Retrata lo que fue la Stasi, la policía política germano-oriental, a través de las acciones de uno de sus agentes al que le encomiendan vigilar a un conocido dramaturgo.

domingo, 26 de octubre de 2014

Poesía

Poesía es disfraz,
es engaño,
es decir las cosas intentando no hacernos daño,
es un juego.
Son palabras que fluyen,
se deslizan,
líquidas,
del pensamiento al papel.
Es un torrente de varios colores
y un espejo de lago.
Es volcán y terremoto y hielo congelado.
Es amor y pasión,
tristeza y desengaño,
desesperación,
ancla,
puerto,
vida y muerte,
luz y dolor.
Es todo y nada a la vez.
Es dulce voz y hermosa escritura,
es triste canto.
Escapa de nosotros
de vez en cuando.
Es algo maravilloso y terrible,
es algo humano.